martes, 2 de mayo de 2017

DE ALABANZAS Y BARES

El año pasado empecé un libro de seiscientas y pico páginas y me bajé superadas las doscientas. No suelo cortar las lecturas para no volver más a ellas, pero me sentía insultado. A alguien, un indocumentado publicista, se le ocurrió disparatadamente comparar al autor con Philip Roth y Nabokov (sí, seguro). Mientras se hacían más fuertes mis insultos al autor aumentó la impresión de que si continuaba metido en una trama que según avanzaba se hacía más absurda, mi inteligencia (que por lo menos es digna de respeto) acabaría dolorosamente maltratada. El libro era un superventas de misterio de unos pocos años atrás, con el detalle de una pintura de Hopper en la colorida portada, al que precedían unas gloriosas alabanzas publicitarias que a día de hoy me cuesta dar crédito.

De alabanzas hablamos a propósito de otro libro. Que Baricco diga del autor de una novela que es “un talento inconmensurable” no me hace dudar de su palabra. Que Salter pensase que lo que había leído le parecía “un libro maravilloso”, me convence menos. ¿Son ciertos, en verdad se dijeron estos entrecomillados, o los editores necesitan calificativos de impacto en boca de plumas reconocidas para vender mejor sus novedades? Debemos creer que sí, que eso se dijo. También un par de reseñas escritas en páginas culturales elevaban a los cielos esa novela, la obra autobiográfica de un periodista premiado con el Pulitzer, apoyo cercano en las memorias narradas de un famoso tenista norteamericano. ¿Suficiente historial y atractivo profesional como para que a los lectores de cualquier rincón del mundo les interesen sus años de atribulada niñez, sus aflicciones por la ausencia de un padre, sus erráticas experiencias universitarias, su formación como informador y, sobre todo, su fascinación celestial por el universo idílico del bar en el que trabaja su tío y conviven en la barra sus peculiares clientes y amistades y donde el chico se convierte en hombre a golpe de whiskies y cervezas?

Yo no conecto con este chico vaya, un agónico constante, un doliente desorientado, un pobre inmaduro… un autor también pobre. No vislumbro grandes esperanzas en este bar decorado con idealismo simplón. Será que no tengo una arraigada cultura de bar, aunque en más de una ocasión haya dejado caer alguna pena sobre la barra, alguna confesión de madrugada, por más que haya escrito reflexiones ilegibles en servilletas de papel y me haya abrazado al barman.

Acabaré la lectura, sí, porque es más corta que la que aborté el año pasado aunque se me haga tan larga y solo me quedan unas 50 páginas para el final de un libro incomprensiblemente alabado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario