viernes, 26 de mayo de 2017

HISTORIAS QUE GUARDAN LOS CAJONES

Hoy hubo tarea de orden en casa: recolocar y desechar, y de paso doblar, colgar y encajar, además de apartar y arrojar a la basura o destinar a la donación. Más de una vez nos detuvimos en los bordes de una prenda o en el diseño de otra; comprobamos el desgaste de un abrigo o nos dimos cuenta de que ya no tiene sentido guardar esos pantalones en el fondo del armario. Nos desprendimos de tres bolsas grandes y pesadas, tres bolsas cargadas de historias escritas en la ropa o en un objeto (unas gafas, un colgante, unos pendientes): en qué momento y lugar compramos ese jersey o esa camiseta, cuándo la vestimos por primera vez, a quién sedujimos con ella puesta, a qué lugares viajamos, con cuántas manchas de vino o chocolate la manchamos, a quién se la prestamos para dormir una noche a nuestro lado… Cada prenda tenía una historia o varias que contar, verdades que se pierden o que guardamos para siempre.

Estoy leyendo un libro de 1.000 páginas, Tan poca vida, una novela. Estoy cerca ca de la 300 y me he preguntado varias veces si es necesario llegar tan lejos, si no podrían haberse ahorrado algunos tramos. Me gusta el libro, tira levemente de mí sin llegar a atraparme, aunque me temo que me pasearé por más fases que hagan que me pregunte por qué tanto…

De paso por la librería de viejo, dejo un lote de tomos que me estorban con los que obtendré lo que me dé para comprarme una obra de primera mano y de paso me llevo dos obritas cortas, ejemplares que alguien también trajo aquí para darles otro uso, otra nueva vida, otra historia escrita en el tiempo en que permanecieron en las estanterías de un dueño y atrajeron polvo entre libros viejos hasta volver a ser posesión de alguien. La historia se repite.

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