“La
literatura puede recordarnos que no toda la vida ya ha sido escrita,
sino que todavía hay muchas historias que contar”.
Como
en las primeras películas de Alejandro González Iñárritu, el
novelista irlandés Colum McCann conecta y entrelaza con mayor o
menor distancia historias y personajes distintos alrededor de un
motivo. En las dos obras que he leído, Transatlántico y Que el
vasto mundo siga girando, hay un elemento o una situación central
sobre la que se mueven, entran y salen, se acercan y se separan,
perviven a lo largo del tiempo o se producen en un momento
determinado varias acciones y personas: en Transatlántico era una
carta que cruza el océano hasta ser leída cien años después de
haber sido escrita, en Que el vasto mundo siga girando, el paseo que
Philippe Petit dio sobre un cable entre las torres del World Trade
Center de Nueva York en 1974.
Esta
novela, ganadora del National Book Award en 2009, cruza líneas
argumentales poco antes, durante y poco después del asombroso paseo
de Petit (el universo particular del funambulista se intercala
brevemente), historias marcadas por la pérdida y las perdiciones,
por la obsesión y la soledad: un sacerdote que salva prostitutas y
se enamora de una madre soltera, una testigo de un accidente mortal,
madres que lloran a sus hijos muertos en Vietnam, una mujer sola y
Petit desde allá arriba desafiando la naturaleza y entregado a su forma de vida.
La
habilidad de McCann para unir situaciones con sutileza y credibilidad
se acompaña de una descripción dura y sin concesiones del Nueva
York de los años setenta, del desgarrador y a la vez entrañable
Bronx en concreto, donde sus personajes viven y sobreviven entre la
sordidez y la esclavitud de sus condiciones sin apenas asomo de
esperanza. El fresco urbano e interior en que se convierte la lectura
es este libro son propios de una obra de una brillantez colosal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario