A menudo, ahora, ya entrada la noche, o
mientras trabajo en la casa los días de lluvia, percibo algo suave y
persistente que me estruja, y con tristeza y alegría evoco esa escena, u otras
como esa, inundadas de verano y silencio, otro mundo. Olvidando todo lo que sé,
intento describir esas cosas, y solo entonces comprendo, de nuevo, que el
pasado es incomunicable.
Esa fue la primera vez que probé la
cerveza negra. Debo admitir que me pareció algo horrendo, pues de muchacho yo
no era un gran bebedor, pero tomado allí, aquel brebaje negro y amargo, heraldo
de una alegría descomedida y mordaz, me pareció, y todavía me parece, que
transmitía el mismísimo sabor del país, esa pequeña y extraña tierra.
Escuchad, escuchad, si conozco mi mundo,
cosa dudosa, pero si lo conozco, sé que es caótico, malvado y cruel, con leyes
forjadas en moldes erróneos, una idea justa que salió mal, un lugar terrible,
en resumen, y sin embargo, sin embargo sigue siendo un lugar suscepetible de
esplendor en esos escasos momentos en los que irrumpe una pequeña luz, y algo
queda sin explicar, sin perdonar, simplemente iluminado.
-Nos
levantamos cada maldita mañana y por la noche nos vamos a dormir, y no hay nada
que hacer. Creemos que estamos haciendo algo, que el mundo nos presta atención.
Acabamos teniendo ardor de estómago, de tanto correr arriba y abajo, y seguimos
sin hacer nada. Estamos hartos de nosotros mismo. Mira en tu corazón, muchacho,
escúchalo. ¿Qué te dice? ¿Qué te enseña? Nada. Y eso es todo lo que aprenderás
aquí. Repite conmigo. Nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario