Por la
mañana, la hora del desayuno. La terraza de un café, una madre y su hija ocupan
una mesa. La madre está concentrada en la lectura de un pesado libro que ha
abierto por la mitad. La hija se concentra en la pantalla de un móvil y sus
dedos saltan nerviosos sobre el cristal. Las observo dos minutos. Dos minutos
en los que no se dirigen la palabra, en los que solo importa la descripción de
un paisaje o el diálogo entre dos personajes y la nueva fotografía colgada en
una red que mendiga un comentario. Me voy.
Quiero
pensar que por la noche la madre seguirá atrapada por el grueso tomo que lleva consigo
para leer en el desayuno. Quiero pensar que su hija habrá apagado el móvil y
que abrirá un libro para perderse en su mundo nuevo antes de dormirse.
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