domingo, 28 de octubre de 2018

PROHIBIDO ENTRAR

Inocente de mí. La verdadera belleza de los libros está en ellos, no en quien los guarda ni en las paredes que los protegen. 

Cada vez que he ido a Oporto he paseado por diferentes calles sin siquiera tropezarme de casualidad con la librería Lello, una de las más hermosas del mundo, dicen. Esta vez sí tenía ganas de entrar, pasear por el interior y llevarme algún libro, aún sabiendo que el lugar se ha convertido en una atracción turística más de la ciudad, creciente además, hasta el punto que desde hace unos años la tienda cobra por entrar y descuenta luego el precio de la entrada del valor de la adquisición. Llegué temprano a su entrada, apenas una hora después de abrir, y me encontré ya con una larga cola de gente para acceder a la librería, y otra larga cola para comprar la entrada en las taquillas, situadas a la vuelta de la calle. Y jóvenes que se hacían fotos junto a imágenes de Harry Potter porque de la saga de películas se rodaron escenas en esta librería. Y libretas, bolígrafos, fotos, imanes, bolsos, carteras, tazas y todo tipo de souvenirs sobre la tienda. Y las mesas de una cafetería frente a las taquillas. Y desde fuera vi gente apretada en el interior pequeño de la librería, más preocupada de hacer fotos con sus móviles que de buscar o perderse en las estanterías. Y dije basta, me salgo de la cola, espantado con el mercantilismo zafio y global que ha conquistado este templo de la cultura y el saber. 

Ya me compraré una precioso libro en una librería no tan preciosa de mi ciudad donde pueda pasear con tranquilidad entre los libros y sentirme verdaderamente solo.

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