domingo, 21 de julio de 2013

MAUGHAM Y LA BONDAD... SERVIDUMBRE HUMANA

Mirando atrás, antes de 1984, los libros de Hesse, las comedias de Tom Sharpe y alguna biografía de cine y después de las aventuras de los tres investigadores apadrinados por Alfred Hitchcock, la primera novela seria (densa, reconocida e importante, además de precisa y elegante) que cayó en mis manos fue Servidumbre humana. Me acompañó un verano en las rocas del dique, adonde la bicicleta me llevaba cada tarde de sol junto a los gatos perezosos, a orillas del frío mar del puerto. Anotaba las palabras de las que desconocía su significado y al llegar a casa las buscaba en un diccionario. Así aprendí también a callar, o a decir solo lo conviene decir.

Setecientas páginas creo que tenía el tomo que cargaba en la mochila. En él me sumergí fascinado, conmovido por la bondad de Philip Carey, compadecido por su pie deforme, aturdido por la inabordable pasión con la que el pobre hombre aprendía a amar. El autor respondía a un extenso nombre, William Somerset Maugham, que al pronunciarlo desprendía la distinción caballerosa que trasladaba a sus palabras. Más tarde leí algunos de sus muchos relatos y me propuse penetrar en otras de sus novelas, que el cine puso en pantalla. Al tiempo.

Aquel libro fue quizá el punto de partida, la etapa prólogo de un largo, muy largo tour, mi travesía interminable, por las páginas de la literatura (El árbol de la ciencia, Niebla, Rebelión en la granja, El cine según Hitchcock, A sangre fría, Lolita…).

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